Perseverando en la Oración

Colosenses 4:2-4

La carta a Colosas, llena de enseñanzas maravillosas y grandes retos a la vida cristiana, nos alude en su capítulo final. Un punto que para muchas es un talón de Aquiles, tanto para aquellas que practican una vida de oración, pero desean una comunión continua con el Señor, como para aquellas que no hemos establecido un tiempo fiel a un devocional diario. Ya sea por los afanes del cuidado de la vida familiar y los quehaceres del hogar, como por el trabajo y las demandas de nuestros tiempos o incluso una mezcla de ambas, sentimos que el llamado supremo a la oración supone una parte incumplida en nuestro diario vivir. Es que el mandato es claro y retador “Perseverad en la oración” (Col 4:2), y si bien el tiempo de oración diario es un anhelo de nuestro corazón, anhelo que refleja y caracteriza la obra de gracia de Cristo en nosotras, podemos encontrar que nos cuesta organizarnos, someternos y velar en ella.

Pero ¿por qué es difícil para alguien que ha nacido de nuevo, y en cuyo templo habita quien provoca el deseo de nuestro Dios y su voluntad en nosotros, permanecer en oración?

Sabemos que no es por falta de conocimiento del mandato ni de la importancia de ésta, la hemos escuchado en decenas de predicas, sin embargo, muchas veces no atendemos a las consecuencias de no practicarla con devoción y nos acostumbramos a vivir vidas débiles, conflictivas, ansiosas e improductivas, y no nos damos cuenta de que es un indicador de una vida falta de oración. Otra razón que encuentro en mi propia vida es que, aunque teóricamente entiendo la importancia de permanecer en comunión con Dios, falta voluntad, empeño y resolución en hacer de esta algo primordial. No asumimos la trascendencia y necesidad en medio de un mundo corrupto, una implacable guerra espiritual, fuertes apetitos carnales y un corazón viciado de lo malo; confiamos en nuestras capacidades, hábitos y moral, y disfrazamos de “fe” el descuido y nuestras muchas actividades eclesiásticas carecen del amor que requieren y se tornan en falsa piedad, cuando la realidad es que la fe verdadera se caracteriza por una vida dependiente de Dios en oración.

Martin Luther King comparaba la oración con el mismo sustento de la vida en la respiración. Así es la oración para el cristiano, la marca de su vida espiritual. Como no se sustenta la vida sin la respiración, no se sustenta el cristiano sin oración.

De igual modo, relegamos la oración a una actividad secundaria ya que es un “deber”, uno que requiere tiempo y nuestra carne la confunde con “inactividad”. Los deberes son percibidos como pesados a nuestro cerebro, el estar alerta y velar no es tan “relax” como el entretenimiento y el dejar pasar por alto tantas cosas que deberíamos presentar al Señor y llevar a los pies de la cruz; simplemente no es tan divertido el clamar al Señor por sabiduría y regresar nuestra mente a su palabra, como el tomar acciones o responder de acuerdo con mi propia opinión y mis deseos.

Otro hábito insano que observar, como mujeres que queremos agradar a Dios, es pretender hacerlo a nuestra manera, o no hacerlo (postura que a veces acostumbramos inconscientemente a imponer); las cosas tienen que ser bajo nuestras condiciones y exigencias o “esperaremos a un mejor y más conveniente momento”, mientas nos saboteamos a nosotras mismas. El mandato es “ORAR”, a veces sin contar con todo el silencio necesario ni con todo el espacio o el tiempo que queremos estar en el cuarto de guerra, tal vez no con la música que me inspira o al volumen que me gusta, aun así, orar. Orar sacrificando otras cosas, pero orar. Aún apartando preocupaciones de nuestra mente, lo cual se puede tornar una lucha agónica, pero luchar contra ello y orar. En el trabajo, el tránsito, mientras cambiamos a los niños, mientras maquinamos que responder a nuestros esposos, mientras estamos en medio de alguna conversación incomoda, siendo atacados por no creyentes u hostigadas por situaciones adversas, orar. Y es que la vida de oración no tiene que ser perfecta. Tiene que ser constante, resistente y perseverante.

Muchas veces aquellas situaciones que más requieren estar conectados con el cielo son aquellas que más queremos lidiar en nuestras fuerzas. Todas nos enfrentamos a situaciones que nos empujan a quitar la vista y dependencia del Señor para tomar nosotras mismas el control e implantar nuestras ideas y deseos. Al estar conectadas a la palabra y asumir una vida de oración, podemos mantener la vista fija en las cosas de arriba, depender de él y mantener a raya nuestros deseos desordenados, llevando cautivos nuestros pensamientos a los pies de Cristo.

Recordemos cuanto énfasis la palabra coloca en la necesidad de perseverar en la oración:

Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre. Lucas 21:36

Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Mateo 26:41

Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; Efesios 6:18

Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. Santiago 5:16

El apóstol Pablo nos invita a perseverar en oración, lo que se traduce en permanecer, insistir, ser constante, practicar en todo tiempo, mostrar firmeza, perseverancia, continuidad, costumbre y hábito en la oración. Sin embargo, podemos ser llevadas a pensar que tal vez “perseverar” no signifique perseverar tanto, que puede sonar un poco exagerado el mandato y que no “todo el tiempo” sería necesario presentar tantas oraciones. Y es que frecuentemente olvidamos que nuestra vida cristiana se sustenta en la devoción completa a nuestro Señor. Nos cuesta admitir que muchas veces nos falta más confianza en Dios porque no oramos; no oramos porque no confiamos lo suficiente en la soberanía y provisión de Dios en todos los aspectos de nuestra vida. 

Si bien perseverar en la oración guarda nuestra mente, nuestra paz y confianza en el Señor, tenemos que reconocer que es una lucha constante, un proceso difícil, en gran medida por la inclinación de nuestro corazón a buscar nuestras ideas, soluciones, sabiduría y deseos, antes que la voluntad, dirección y voz de Dios; no obstante, las distracciones propias de nuestra época, redes sociales, tecnología, afanes y trabajo, tampoco nos ayudan a concentrarnos y recordar las cosas con facilidad. La sobreinformación y la atención dispersa de nuestra mente nos impide escuchar y percibir esa inclinación a mantener nuestros pensamientos y voz interna hacía la palabra y la oración.

Desde el inicio de la carta a los Colosenses, el autor nos señala que la oración permea su ministerio, sus intenciones, sus deseos y sus agradecimientos. Observamos en todo la carta algunos principios que nos pueden ser útiles para desarrollar una oración perseverante. Desde el capítulo uno resalta que ellos “oyeron y oraron dando gracias” (1:3-4, 9); lo que nos muestra que debemos hablar, comentar y promover la buena obra de Dios para con otros; sus bendiciones, victorias, providencia y misericordia de Dios con ellos. Notamos estas cosas no para comparación o reclamos al Señor sino para dar gracias y alabar a Dios por su trato con cada uno de sus hijos. ¡Cuanto bien nos hace gozarnos al escuchar de la gracia de Dios en los demás y agradecer por ello! Definitivamente, es una marca de un corazón piadoso y bondadoso.

Asimismo, Pablo nos consuela y aclara que “estamos completos en Él” (2:10), razón por la cual podemos estar agradecidos y reflejar esta confianza en nuestras oraciones y peticiones delante de él. Esta afirmación nos debe llenar de paz y alegría, al entender que Cristo lo es todo en todo, que contamos con sus riquezas en gloria, con su obra de salvación perfecta, con su provisión, cuidado y perdón, ¡cuan dichosos somos al tener la plenitud en él!; en este mismo orden, oramos pidiendo la voluntad de Dios conforme a su palabra, es decir, lo que ha dicho que hará y conforme a su promesa de que estamos completos en él, clamamos por nuestras necesidades.

A veces nos es difícil reconciliar este concepto de que ya somos (y estamos completos, victoriosos y plenos en él), con el debemos ser (no hemos llegado, no hemos logrado), aquello que se debe manifestar en nuestras vidas. Sin embargo, es por medio de la oración que esta brecha se cierra. Es bajo el contexto de la oración que aquello que Dios ya hizo, prometió y declaro sobre nosotros se manifiesta. No es magia, es el medio de gracia que Dios ha establecido para traer y obrar aquello que ya está hecho y planeado en el cielo. Es una cuestión de fe, pero la fe en el Señor y su obra se manifiesta en esa dependencia, obediencia, agradecimiento y fortaleza que viene de él, por medio del clamor ante su trono.

Además, una conexión con nuestro padre celestial nos permite “mantener la vista en las cosas de arriba” (3:2). Todo aquello que en esta hermosa carta se nos manda guardar, debe sostenerse en la oración, no en nuestras fuerzas y sabiduría. Es extraño como muchas veces nos vemos engañadas a creer que nos faltan peticiones y tiempo para orar. El tiempo con Dios no es solo el de intimidad, sino todo aquel que podamos clamar desde nuestra mente y corazón al cielo, presentado peticiones por todas esas promesas dadas en la palabra, carencias que suplir y reconocimiento de la providencia del Señor que agradecer.

Como hemos visto, a lo largo de todo esta carta encontramos peticiones de oración, alabanzas y gracias a nuestro Dios. La carta a los Colosenses debe ser una oración continua en nosotros, un listado de oración que implementar en nuestro diario vivir.

Por ejemplo, debemos orar:

  • Para que seamos llenos del conocimiento de su voluntad en la sabiduría e inteligencia espiritual (1:9)
  • Para agradecer habernos reconciliados consigo mismo por medio de su sangre (1:20)
  • Para bendecirle por haber manifestado a nosotras el misterio que había estado oculto por siglos (1:26)
  • Para ser guardados de los engaños y las palabras persuasivas (2:4)
  • Para abundar en acciones de gracias (2:7)
  • Para que nuestra vista no sea quitada de las cosas de arriba (3:2)
  • Para hacer morir lo terrenal (3:5)
  • Para apartar de nosotras la ira, el enojo, la maledicencia (3:8)
  • Para vestirnos del nuevo hombre (3:10)
  • Para estar sujetas a nuestros maridos (3:18)
  • Para que otros estén firmes en el Señor (4:12)

Pidamos a Dios que nos fortalezca en el hombre interior, y nos ayude a disfrutar de la victoria de vivir en oración, de depositar cada carga en él y de escuchar la inclinación de su corazón para nosotras en cada situación.

Te invito a estudiar la biblia y encontrar ese mensaje que Dios tiene para ti en su palabra. Estas y muchas otras pueden ser parte de nuestro clamor, hasta verlas manifestarse en nosotros y en aquellos por los que intercedemos. Este principio lo puedes ver en toda la palabra.

¿Qué otras peticiones de oración puedes agregar al estudiar el libro de Colosenses?

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.