
Tercera parte
Gracias por seguir aquí con nosotras. Durante las últimas dos semanas hemos recorrido puntos fundamentales sobre el matrimonio y aquellas cosas que estimo son muy importantes que sepamos antes de contraerlo. Dicho esto, veamos estos últimos tópicos, pero no menos importantes, para vivir un matrimonio para la gloria de Dios:
- La intimidad sexual es crucial.
El sexo es algo totalmente maravilloso y extraordinario. Es la forma más íntima y personal en que dos personas pueden conectar física, emocional y espiritualmente. Es un nivel reservado y diseñado única y exclusivamente para ser disfrutado a plenitud dentro de una relación marital entre un hombre y una mujer. Pero, desde el principio de la creación, el enemigo ha hecho todo para distorsionar, dañar, contaminar, estropear, y manipular las relaciones sexuales. No es un secreto que muchas de las aberraciones y pecados que entorpecen un matrimonio y el mundo, son de origen sexual. Por eso, necesitamos con desesperación la dirección del Señor y Su sabiduría para lograr tener gozo y paz en la intimidad sexual.
Probablemente la inexperiencia de dos jóvenes que ignoran de qué se trata o cómo proceder en el acto sexual traiga momentos incomodos en el principio de un matrimonio. Otras veces, ambos vienen al matrimonio con ideas preconcebida de lo que debería ser o como luce la relación sexual. Todos estos comportamientos e ideas preconcebidas deben ser sometidas a los pies de Cristo y ser reedificas en Su verdad. Es por esto, amada hermana, que debemos evitar dar cabida e ignorar las maquinaciones de Satanás. La plenitud en la relación íntima se construye poco a poco. Cada uno disponiéndose, conversando, hablando con honestidad, y usando el discernimiento para identificar posibles vasijas vacías que hemos arrastrado desde la niñez u otros comportamientos aprendidos en el mundo que han torcido la imagen santa del sexo.
El sexo dentro del matrimonio es bueno, es maravilloso, es extraordinario, es glorioso. Asimismo, para vivirlo de esta manera, se debe cultivar una relación íntima sana, plena y satisfactoria, esto puede lograrse con la ayuda del Señor, la intencionalidad de ambos como pareja y con la práctica. No permitas que un enojo momentáneo, situaciones de terceros, miedos, y la pereza sean impedimentos para intimar con tu esposo. También, pon especial atención a usar la intimidad sexual para lograr cosas con tu esposo o para manipularle. Ese no es el comportamiento de una mujer sabia, sino todo lo contrario.
En cualquier caso, si es necesario, ten en consideración acudir a un profesional cristiano junto a tu prometido antes de casarte (sea un psicólogo o consejero matrimonial). Y si ya estas dentro de un matrimonio y vez que hay frustración en ambas partes por el tema sexual, y es difícil de hablar sobre ello porque hay descontentos y poca continuidad, debes entender que por más incomoda que sea la situación, esa conversación debe tener lugar y debe ser prioridad. Desde luego que puedes apoyarte de un profesional en el área que sea cristiano acudiendo en busca de orientación en este tema tan relevante para la salud de la vida marital.
- Los hijos no complementan el matrimonio, son fruto de él.
Mi hermana Keyla Ramírez escribió un artículo que habla muy claramente sobre este tema: “La prioridad de una mujer, ¿sus hijos o su esposo? el cual te invito a leer. Lo que sí me gustaría destacar en este tópico es que debemos tener bien claro el orden de las cosas: 1) Dios, 2) esposo, 3) hijos (Efesios 5:22-33). Antes de que Dios mande a los hijos, es demasiado importante solidificar las bases de la relación de pareja. No podemos cometer el error de pensar que, a fallos en nuestro matrimonio, la llegada de los hijos enmendará todo. Lo cierto es que resultará lo contrario. Pues la llegada de los hijos a un matrimonio con mucho que mejorar, con mucho por construir, podría agregar más fricción a la ya existente, puesto que ahora deberán lidiar con el rol de padres, que, por cierto, es todo un tema a parte.
Dicho esto, tenemos que considerar los límites. Nuestros hijos, no son nuestros, son prestados. Ellos le permanecen al Señor. No son de nuestra propiedad. Tampoco son el motivo de la plenitud y felicidad en el matrimonio. Toda nuestra plenitud está en Cristo y solo en Él. Tampoco tus hijos sustituyen a tu esposo. No somos una sola carne con nuestros hijos, lo somos con nuestros maridos y eso debe estar claro desde el principio.
La relación matrimonial es un largo camino por recorrer el cual requiere de la ayuda del Señor desde antes de casarnos y durante toda la vida en unión marital. Un buen matrimonio se construye con Cristo como centro y guía, con la disposición de ambas partes, con la correcta asunción gozosa de los roles dados por Dios, con la ayuda de herramientas adecuadas para cuando lleguen los momentos difíciles, con la actitud de hacer todo y disponerlo todo como para gloria del Señor. Que el Señor nos ayude. ¡Amén!
Dios te bendiga, hasta pronto amada lectora.