
Ya llegamos al capítulo 5 de 1era de Juan, en nuestra serie, y en esta oportunidad estaremos viendo de cerca las enseñanzas que podemos obtener de los versículos 6 al 12. Te invito a detenerte un momento y leerlos. (1 Juan 5:6-12)
Esta declaración que lleva el título de este artículo parece simple y común para los cristianos, pero es central y neurálgica en nuestra fe.
Que Jesús mismo afirmara en varias ocasiones que Él era el Hijo de Dios, es lo que causaba la ira de los líderes judíos de aquella época, pues afirmando esto, decía que era de la misma naturaleza de Dios, parte Suya, y que Él era el Cristo, lo cual para ellos era una blasfemia y algo que lo hacía digno de muerte (Mateo 26:62-66), y fue la razón por la que de hecho, lo llevaron a la cruz.
Todo el Nuevo Testamento está lleno de afirmaciones del mismo Jesús y de las personas que creían en Él en donde por obra de Su Espíritu lo proclamaban, como “el Hijo de Dios” “El Cristo, Hijo del Dios viviente”. Entonces, creer que Jesús es el Hijo de Dios es elemental en nuestra fe, porque creyendo en esto afirmamos lo real de Su obra y Su misión para el mundo y en nuestras propias vidas.
El Verbo se hizo carne, el apóstol Juan hace mucho énfasis en esta contundente verdad tanto en su evangelio como en sus cartas, Dios mismo se encarnó para redimir a la humanidad, y creer en Su obra redentora es lo que nos ha dado vida y nos ha conciliado con el Padre. Y en los versos de 1era de Juan que veremos hoy, nos hace ver cómo la Trinidad completa da testimonio de que Jesús era el Hijo de Dios, enviado por Él y que cumplió fielmente con Su misión redentora. Qué específicamente podemos ver en este pasaje:
- El bautismo en agua y la crucifixión de Jesús son testimonio de que es el Hijo de Dios (1 Juan 5:6-8)
Sabemos que el bautismo de Juan el Bautista (no el apóstol), era para el arrepentimiento de pecados. Él tuvo la misión de preparar el camino para el Mesías. (Marcos 1:3-5).
Cuando Jesús fue a ser bautizado por Juan, él no quería hacerlo, pues sabía que no había pecado en Cristo por el cual tuviera que arrepentirse, sin embargo, Jesús le insistió pues era necesario que cumpliera con esto (Mateo 3:11-15). Pero ¿por qué?
Con Su bautismo Jesús dio la oportunidad a Juan, quien fue su antecesor, de reconocerlo, también, se identificó con los pecadores y con Su bautismo de alguna manera simbolizó el nuestro, muriendo con Él y levantándonos libres de pecado y justificados para vivir una nueva vida en Él, pero lo más importante, con esto inició Su ministerio público y recibió el testimonio de que Él es el Hijo de Dios de parte del Espíritu Santo y de Dios el Padre delante de todos los que estuvieron ahí. (Mateo 3:16-17).
Su crucifixión, la consumación de Su obra redentora, en donde Su cuerpo fue molido por nuestros pecados, es otra evidencia de que Jesús es el Hijo de Dios, quien “no vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos.” (Mateo 20:28).
Jesús cumplió su misión asignada por el Padre, de ser la propiciación por nuestros pecados. 1 Juan 4:10: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.”
- Dios da testimonio de Su Hijo (1 Juan 5:9-11).
No creer que Jesús es el Hijo de Dios (con todas las implicaciones que esto tiene), es no creer en Dios mismo y llamarle mentiroso, por eso son tan peligrosas las sectas que no afirman la deidad de Jesús.
Quienes hemos creído en el Hijo de Dios, por la obra de Su Espíritu en nosotros, tenemos la certeza en nuestros corazones de que Él es quien dijo que es y quien el Padre afirma que es, pues Dios mismo ha dado testimonio de Su Hijo, y me encanta esto, porque el testimonio y garantía de que Jesús es Su Hijo es que Dios nos otorgó vida eterna en Él, aceptando Su obra redentora por nosotros, y ahora tenemos vida en Él. ¡Aleluya!
El testimonio que Dios da de Su Hijo es la nueva vida que tenemos en Cristo, quien ha hecho todas las cosas nuevas en nosotras, por Su obra hemos muerto al pecado y hemos sido resucitadas, rescatadas de nuestra vana manera de vivir, y nos ha dado Su Espíritu como sello y garantía de nuestra redención eterna (Efesios 1:13-14).
¿No te llena eso de gozo hermana? Dios nos salvó y tenemos garantía de que algún día estaremos con nuestro Redentor para siempre.
- Quien tiene al Hijo de Dios, tiene la vida (1 Juan 5:12).
“El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” 1 Juan 5:12.
Esta es una afirmación contundente, la forma de escribir del apóstol Juan es así, no hay áreas grises, eres o no eres, estás o no estás. Esto nos confronta y nos permite examinarnos a nosotros mismos.
La garantía de vida eterna está únicamente en Jesús. Él es el Camino, la Verdad, y la Vida, y nadie irá al Padre si no es por medio de Él. Jesús mismo afirmó esto (Juan 14:6), y es lo que hace que personas de otras religiones nos detesten y nos crean orgullosos, pero es que si hemos creído en quien Jesús dijo que es, debemos abrazarlo por completo, no parcialmente.
No, no todos los caminos llevan a Dios, hay UNO SÓLO, y es por medio de Jesús, Su Hijo, todos los demás caminos llevan a la perdición y a la muerte eterna.
¿Cómo deberían estas verdades afectar nuestros corazones?
- Si hemos creído que Jesús es el Hijo de Dios, y en la eficacia de Su obra para salvarnos y, además, nos ha dado una nueva vida por medio de Su Espíritu morando en nosotras, tenemos la garantía de que tenemos vida eterna en Él y que, así como nos dio vida espiritual, haciéndonos ver un día nuestra condición y nuestra necesidad de Él, de la misma manera, resucitará nuestro cuerpo mortal y nos dará uno glorificado en el día de Su venida, para estar eternamente con Él. Sea que vivas o que mueras físicamente hasta aquel día, hermana, puedes confiar en que Dios hará la obra completa, tal como ha dicho.
- Las personas que no creen en el Hijo de Dios se perderán eternamente. Si bien es cierto que Dios es quien salva, Él ha decidido hacerlo a través de la predicación de Su Evangelio, ¿cómo creerán si no les predicamos? Hablemos del Evangelio a quienes no conocen al Señor, mostremos amor y misericordia por las personas que se pierden, así como el Señor tuvo misericordia de nosotras, y oremos, oremos que Dios, quien es poderoso para salvar use Su Palabra para resucitar esos corazones muertos y que puedan creer en Jesús, el Hijo de Dios y ser transformados por Él. Sí, Dios lo puede hacer, ¡así como lo hizo con nosotras! ¡Para Él no hay nada imposible!
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