
Hace casi dos años mientras compartía con unas amigas, conversábamos acerca de la maternidad y aunque en ese momento no tenía hijos, las alentaba a vivir con gozo el llamado de la maternidad. Reconocí lo difícil que era esta labor por las experiencias de otras amigas a quienes había visto muy de cerca, y lo hermosa y significativa para el reino.
Pero, el Señor que es experto en llevarnos a experimentar lo que predicamos, no tardó en darme la oportunidad de vivir mi propia experiencia con el privilegio de ser madre. Aunque no tuve un embarazo de alto riesgo, sí sentí muchos malestares desde el inicio y hasta minutos antes de ver la carita de mi bebé. Han sido meses muy agotadores y demandantes, muchas horas de sueño perdidas, nuestras prioridades han cambiado, tenemos poco tiempo para invertir en otras actividades; sin embargo, es la tarea más hermosa que me ha tocado desempeñar y doy muchas gracias a Dios por el privilegio de poder cultivar el corazón de la siguiente generación y conducirlos a Cristo.
A nosotras nos ha tocado vivir en medio de una generación convulsa, con muchas ideas por doquier, que celebra la muerte estando a favor del aborto, que promueve la individualidad, el egoísmo, que motiva a las mujeres al empoderamiento femenino, y parte de este, es decidir cuándo y cómo tener los hijos, si es que deseas tenerlos.
Tristemente, muchas de estas ideas se han filtrado en nuestras iglesias, expresiones como: “tú no sabes lo que estás pidiendo», «espera mejor a tener un primer hijo y luego determina si quieres más», «los hijos te quitan todo el tiempo”, entre otras, las escuchamos muy a menudo. El apóstol Pablo en la carta a Tito capítulo 2, exhorta a las mujeres mayores (las que ya tienen experiencia), a enseñar a las más jóvenes a amar a sus hijos. Deben alentar a las que no tienen a desearlos, a orar por ellos y motivar a criarlos para la gloria de Dios, independientemente de cuantos desee tener, y estar en la disposición de ayudar.
La materinidad no es una tarea fácil, definitivamente para mí ha sido mucho más agotador de lo que imaginé mientras hablaba con mis amigas; todo el proceso del embarazo, parto y los primeros años de crianza son un llamado a desprendernos de nosotras mismas para darnos a nuestros hijos. Esto trae a mi mente el sacrifico de Cristo en la cruz, como Él tuvo que morir para darnos vida, se desprendió de sí mismo, se hizo semejante a los hombres (Fil. 2:6-8) y como dice Pablo en 2 Corintios 5:21 «Aquél que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros«, y gracias a eso hoy tenemos vida eterna.
Algo que leí sobre la biología del gusano escarlata es que de la misma manera en que la mamá gusano cuando es fecundada, se dirige a un tronco y adhiere firmemente su cuerpo al madero donde pone los huevos y comienza a secretar una sustancia púrpura, carmesí o escarlata. Esta sustancia baña literalmente a sus crías, permite que estas vivan, pero el gusano mamá perece en el proceso. El gusano muere manando su sabia, para dar vida a sus hijos”. Es exactamente lo que sucede con nosotras, no morimos físicamente, pero si entregamos nuestro yo por una tarea de mayor trascendencia.
Que maravilloso es poder seguir expandiendo el evangelio a la siguiente generación, enseñarles la verdad de La Escritura y hablarles del gran Dios que ella proclama, hacer discípulos.
Ciertamente, la maternidad no es un camino sencillo de transitar, sin embargo, el evangelio nos ofrece una ruta segura. Es necesario recordarnos en medio de los retos que enfrentamos día tras día, las verdades del evangelio, mirar a Cristo, porque Él nos sostiene y en Él tenemos lo que necesitamos para poder cumplir con la tarea que se nos ha encomendado, pues separadas de Él nada podemos hacer y eso incluye la maternidad (Juan 15:5).
Cuando vemos este rol desde una perspectiva bíblica, el cansancio, los múltiples cambios de pañal y las largas noches de arrullo, se convierten en oportunidades para la adoración, y aunque no estemos en frente de un gran público, ni recibamos aplauso alguno, en Cristo Jesús tenemos la seguridad de que nuestros actos de obediencia, aparentemente pequeños e insignificantes, serán recompensados; todos cuentan para el reino y en cada uno brilla la Gloria de Dios.
Yo a penas comienzo este camino y oro al Señor que me sostenga en medio de él; que me ayude a ser intencional en permanecer rodeada de una comunidad de fe que vive una maternidad redimida para la gloria de nuestro Señor Jesús, en quien pueda apoyarme cuando lo necesite y acudir en medio de la desesperación; a siempre tener presente que no se trata de mi y no es un llamado a la perfección, más bien se trata de nuestro buen Padre que se place en hacernos más como Él mientras guiamos esos pequeños corazones a Cristo y es un llamado a la santificación.
Oro esto mismo por ti, mi querida hermana, ya sea que estés iniciando este camino o lleves muchas millas recorridas, el Señor sea tu porción todos los días y te permita seguir avanzando con humildad, reflejando a Cristo en tu rol de madre para gloria de Su nombre. Que cualquier momento cotidiano se vuelva una hermosa canción de adoración a nuestro Dios.