
Hace unos años leí esta frase: “La gente herida hiere a otras. Cuando entiendes esto entonces es más fácil poner la otra mejilla”. Tiene mucha razón, mas, aunque sabemos que tenemos que perdonar, es solo hasta que llega el momento de hacerlo que nos damos cuenta de que no es tan sencillo.
Si alguien robó lo que era tuyo, te arrebataron de forma violenta a un ser querido, si te acusaron sin ser culpable, si el amor de tu vida hirió profundamente tu corazón, si te calumniaron al punto de perder tu reputación, si abusaron de ti, si has albergado rencor en tu corazón, estas luchando con algo llamado -falta de perdón. Muchas hemos pasado por alguna o varias de estas situaciones a lo largo de nuestra vida. Si este es tu caso, bienvenida, estás en el lugar indicado.
Los dos deudores
Un rey decidió hacer cuentas con sus siervos, uno de los siervos le debía 10,000 talentos y a su vez el consiervo de este hombre le debía 100 denarios. Según el Diccionario Ilustrado de la Biblia del Dr. Winston Nelson, un talento era la medida de peso mayor entre los judíos, griegos y babilonios; y un denario, era la moneda romana más común que equivalía a la jornada de un día de trabajo, así que era notable la diferencia que había entre ambas deudas.
El hombre que debía los 10,000 talentos rogó al rey por misericordia y fue perdonado de una deuda que le valdría toda una vida saldarla, sin embargo, este mismo hombre quiso cobrarle a su consiervo, los 100 denarios que le adeudaba, una suma muy inferior a la que él debía al rey. Aun así, él no quiso perdonarle la deuda. Cuando el rey fue informado sobre esta acción, le dijo: “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo como yo tuve misericordia de ti?”. Entonces su Señor, enojado, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que debía. (Mateo 18:24-35)
¿Alguna vez has reaccionado como hizo este siervo con su consiervo, sin misericordia, sin piedad? ¿Por qué crees que este hombre no quiso perdonar a su consiervo? Su falta de perdón no fue debido a la cantidad de dinero que se le debía, ya que era una suma mínima, sino a que él no había comprendido la magnitud de la deuda que le había sido condonada, y por tal razón, el rey decidió condenarlo.
Este relato nos trae una gran verdad: “Nadie que se resista a perdonar puede tener la certeza de que ha sido perdonado” -Ps. Marcos Peña.
Hasta 70 veces 7
Pedro le dijo a Jesús: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. (Mateo 18:21-22). La Palabra de Dios es tajante en este punto del perdón, nos invita a perdonar, a hacerlo todas las veces que fuese necesario y bajo cualquier situación. Quizás no “sintamos” perdonar, pero perdonar no es un sentimiento, sino una decisión.
No perdonamos porque sencillamente no podemos; no es algo que provenga de nosotras y que lo podamos otorgar; no es algo natural, es sobrenatural. Perdonar no está circunscrito al daño que hemos recibido o al tamaño de la ofensa que nos han causado, sino al acto de la voluntad.
La Biblia dice: Y cuando estén orando, perdonen si tienen algo contra alguien, para que también su Padre que está en los cielos les perdone a ustedes sus transgresiones. Pero si ustedes no perdonan, tampoco su Padre que está en los cielos perdonará sus transgresiones. (Marcos 11:25)
Ama a tu enemigo
C.S. Lewis dijo: Podemos matar, si es necesario, pero no podemos odiar ni disfrutar odiando. Podemos castigar, si es necesario, pero no podemos disfrutar haciéndolo. En otras palabras, algo dentro de nosotros, el resentimiento, la sensación de venganza deben sencillamente ser aniquilados.
Dios ha ordenado en Su palabra que amemos al prójimo como a nosotras mismas, y nuestro enemigo también es nuestro prójimo. Una forma poderosa de amarle es orando por él o ella. Esto es también una parte de nuestro deber como cristianas, orar por aquel que nos persigue. No existe recompensa en amar solo a nuestros amigos, porque eso es fácil, y al final, Dios hace salir Su sol sobre malos y buenos. (Mateo 5.45)
Esto va un poco más profundo y dice: “Si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber” (Romanos 12:20). Mientras hayamos decidido hacer esto; obedecer al mandato de perdonar, el Señor peleará por nosotras porque de Él es la venganza. Por supuesto que esto no significa que viviremos esperando que Dios pague por el mal que nos han causado, sino que debemos hacer nuestra parte, entregándole esa pesada carga que hemos llevado por mucho tiempo, esperar confiadas y esperanzadas de que, a través de su Espíritu Santo, nos capacitará para llevar a cabo aquello que es agradable delante de Él, redundando esto en beneficio para nuestra propia alma.
Así como también he perdonado a mis deudores
“… y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mateo 6.12). Esta frase de la oración del Padre nuestro que posiblemente aprendimos desde pequeñas, y que hemos orado con frecuencia, pero que probablemente la hayamos estado “orando” en modo -automático-, incluso puede ser que no nos hayamos dado cuenta de que tenemos una lista de deudores. Llegados a este punto es muy fácil caer en la hipocresía, pues tal vez pronunciamos con nuestros labios y en nuestro corazón no hemos perdonado. Una verdad ineludible citada en este pasaje y en otros de las escrituras es que para poder ser perdonada debemos perdonar.
Pedro le dijo al Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? (Mateo 18:31). “Pedro necesitaba más que una calculadora, necesitaba una renovación completa de su entendimiento del amor y del perdón de Dios” – Dave Harvey. Esto quiere decir que se debe perdonar el número de veces que sea necesario.
Algo que ayuda en el proceso de decidirnos a perdonar, es colocarnos en el lugar de aquel que cometió la ofensa. No podemos evitar que alguien nos hiera, pero sí es posible decidir perdonar por amor a Aquel que transformó el significado del perdón al otorgártelo mediante el sacrificio de sí mismo, aun sin merecerlo.
Esto me lleva a recordar aquello que el Señor hace por nosotras; nos perdona, nos libera del pecado de todas las ofensas que hemos cometido contra Él. Hebreos 10.17 dice más: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Qué hermoso lo que Él hace por ti y por mí, ¿no?
A través del Espíritu Santo, la gracia del Señor, el entendimiento de Su perdón en nuestras vidas, se puede conferir misericordia, perdonando a nuestros ofensores. Y esto es algo que se hace por obediencia a Cristo, amor a Él y a sus preceptos.
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