
Crecí en un ambiente cristiano. Era parte de la tradición de mi familia el participar activamente en cosas de la iglesia, en especial porque mi padre era parte del cuerpo de líderes.
Recuerdo que los lunes íbamos a culto en los hogares, martes culto de oración en la iglesia, miércoles culto de jovencitas, jueves discipulado, viernes escuela bíblica, sábado culto de jóvenes y domingo retiros. ¿Notaste? Una semana cargada y ocupada.
Mientras crecía, recuerdo específicamente en la etapa de mi adolescencia la incomodidad que sentía con la rutina de participar todos los días en cosas de la iglesia. Sumándole a esto lo estresante e incómodo que era para mí el vestir con un tipo de ropa que no quería (siempre falda por debajo de las rodillas) y dejar de hacer cosas que toda adolescente hacía (como ir a fiestas nocturnas, salir con amiguitas, y usar minifalda). La verdad es que estas restricciones y la participación diaria en la iglesia me tenía agobiada, y honestamente experimenté esa sensación de vergüenza cuando se refería a hablar de mi fe en la escuela y cualquier otro lugar.
Simplemente quería ser una chica más como mis compañeras de clase. Ellas usaban vestidos cortos, tenían sus novios y se quedaban en casa todas las noches viendo telenovelas. Quería que mi vida se pareciera a las de ellas.
Pasaban los meses y cada vez me sentía más cansada, estresada, frustrada, enojada, menos comprometida con las cosas de Dios y más tentada a vivir dando riendas sueltas a mis pasiones (en especial en esa etapa donde las hormonas están en todo su “esplendor”).
Hoy, después de casi 13 años, recuerdo esos momentos y concluyo en que fui más atraída por el mundo en esa etapa de mi vida, no por lo agobiante de la semana (que en realidad lo era para una persona de mi edad), más bien porque no conocía a Dios. Sólo participaba de cosas para Él, sin saber su significado real, y el pasar tiempo en oración y estudio de la Palabra, era algo desconocido.
El hecho de que mis padres me habían enseñado a ir a la iglesia, no quiere decir que ya era cristiana devota, ni mucho menos que conocía a Dios. Me motivaban a participar en las actividades, cultos y campamentos. Recuerdo que hasta era parte de las personas que servían, pero realmente mientras pasaba el tiempo, encontraba más atracción en las cosas del mundo.
No recuerdo haber tomado mi Biblia más que para usarla como adorno al caminar por las calles, así se daban cuenta que iba de camino a la iglesia, y eso me llevo a extraviarme, a pecar de muchas formas y a refugiarme en cosas fuera de Dios.
Si te sientes identificada con la rutina que llevaba cuando era más joven, quiero decirte que te entiendo y que necesitas, al igual que yo, arrepentirte, confesar tu pecado y dedicar tiempo a tu vida íntima con Dios, invirtiendo tiempo en oración y lectura de la palabra, para que, más que servir en tu iglesia local por puro compromiso o porque sea parte de tus deberes familiares, vivas conforme a la voluntad de Dios por quien realmente ÉL ES, por lo que hizo y lo que debes hacer en repuesta a eso.
En Efesios 4:22-24 dice: “Desháganse de su vieja naturaleza pecaminosa y de su antigua manera de vivir, que está corrompida por la sensualidad y el engaño.En cambio, dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes. Pónganse la nueva naturaleza, creada para ser a la semejanza de Dios, quien es verdaderamente justo y santo.”
En este texto hay un mandato en dejar nuestra vida de pecado atrás, y vivir conforme a la nueva vida en Cristo. Si te dices ser cristiana, pero aun encuentras mayor atractivo en las cosas del mundo que en Cristo, es porque aún esa vieja naturaleza esta súper viva y fuerte en ti. Esa naturaleza pecaminosa corrompida debe ser debilitada, y la única manera en la que eso sucederá es no proveyendo alimento para ella y en cambio, proveer alimento para tu nueva naturaleza, por medio de la comunión con Dios a través del estudio de la Palabra, la oración y la vida en comunidad.
Como jóvenes, estamos tentadas por todos lados y nuestra única herramienta para poder resistir es a través del contacto con la palabra de Dios y el compromiso de vivirla. No solo ser oidoras (o lectoras) de la Palabra de Dios, más bien hacedoras (practicantes), como nos habla Santiago 1:22.
La vida cristiana no se trata de tener una rutina semanal de «cosas que hacer», como ir a la iglesia, no usar cierto tipo de ropa o no participar de ciertas actividades o conversaciones, solamente. Se trata de un caminar con Dios todos los días, priorizando tu crecimiento en intimidad con tu Creador. Con esto no quiero decir que dejes de asistir y de servir en tu comunidad de fe; es nuestra responsabilidad como parte del cuerpo de Cristo, pero sí quiero instarte a que evalúes tu vida y direcciones tu esfuerzo mayor en conocer a Dios, Su voluntad y Sus pensamientos, invirtiendo tiempo y esfuerzo en conocerle atreves de Su Palabra, en donde encontrarás esperanza, gozo, fortaleza y sabiduría al vivir en ella.
Que mientras haces esto puedas sentirte atraído, conquistado y cautivado por el maravilloso regalo de Su Palabra, y que a medida que pases tiempo en ella, el Espíritu Santo fortalezca tu ser interior, llevándote más que al “hacer y hacer” durante toda una semana, a vivir Su diseño y llamado en cualquier etapa de la vida en la que te encuentres.