
¡Hola otra vez! Espero te encuentres bien. Qué bueno que estas aquí, gracias por acompañarnos en esta nueva oportunidad de crecer juntas en el conocimiento de la Palabra del Señor. La semana pasada pudimos tratar el tema “Cambiando la ofensa por bendición”, el cual te invito a leer si no lo has hecho. Hoy quisiera dar continuidad al mismo, pero abordando la perspectiva de la parte ofendida.
EL OFENDIDO.
“Es más fácil derribar un muro que calmar al amigo ofendido.” Proverbios 18:19. Todos hemos conocido a alguien que tiene tendencia a sentirse ofendido con mucha facilidad, a veces justificada y otras veces de manera innecesaria. Siendo honestas, también nosotras en algún momento hemos pasado por ahí y sentirnos la víctima. De hecho, ya es bastante complicada las relaciones interpersonales con una persona que ha asumido como habito sentirse ofendido por cualquier cosa. La verdad es que sentirse ofendido puede tener origen en un sentimiento de inferioridad o en la necesidad de recibir reconocimiento. También puede reflejar egocentrismo, pensamiento cerrado, falta de empatía y humildad, y quizás de manera inconsciente manipular a los demás ( Romanos 12:3).
Quizás pienses en alguien que tiene estas características, tal vez te puedas sentir identificada, tal vez no, pero qué bueno que el Señor nos permite ser confrontadas y corregidas para retroceder de nuestras malas acciones, de nuestros pecados. La realidad es que tenemos que llamarlo como es, sentirnos ofendidas y victimizarnos es pecado. Debemos aprender a asumir nuestras responsabilidades y hacer cambios. Si buscamos motivos para ofendernos, siempre lo vamos a encontrar pues ninguna persona es perfecta en la tierra. El Señor por medio de Su Palabra nos dice:
- Si te sientes ofendida, aplica el amor y el perdón. El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos. Proverbios 17:9
- Si te sientes ofendida, necesitas recordar que Dios perdona todas tus faltas. Porque, si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero, si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas. Mateo 6:14-15
- Si te sientes ofendida, necesitas cultivar la humildad. Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Mateo 18:20-21
- Si te sientes ofendida, necesitas vivir lo que predicas. Si alguien te pega en una mejilla, vuélvele también la otra. Si alguien te quita la camisa, no le impidas que se lleve también la capa. Dale a todo el que te pida y, si alguien se lleva lo que es tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. Lucas 6:29-31
- Si te sientes ofendida, necesitas someterte a las expectativas de Dios. La discreción del hombre le hace lento para la ira, y su gloria es pasar por alto una ofensa. Proverbios 19:11
No podemos caer en la trampa de ignorar nuestros propios pecados. Debemos dejar de lado ese sentimiento de persecución que supone una persona que tiene tendencia a sentirse ofendida por cualquier cosa. Una persona que sea cristiana no puede vivir como una víctima y estar lejos del amor, gozo y perdón. Estas tres virtudes son parte de los estandartes para vivir una vida piadosa delante del Señor y hacia nuestro prójimo ( Gálatas 5:22-23). Si no estamos dispuestas a dejar pasar las ofensas y habituarnos al perdón cada día, nuestra comunión con el Señor es obstaculizada.
Al final, sentirnos ofendidas es una decisión. Nosotras decidimos si esto o aquello merece el sentimiento que produce la ofensa, decidimos si dejarla pasar por alto o guardarlo en el corazón. Decidimos si queremos vivir en amargura y con ella provocar malestar a otros al sentirnos ofendidas. Nosotras decidimos si, a través de la ofensa, puedo ver una oportunidad de crecimiento en mi vida espiritual, en mi búsqueda del Señor, en el estudio de la Palabra, en reconocer mi pecado y necesidad del Señor, y en valorar mi relación con los demás. Podemos decidir estar siempre ofendidas, pero al final, ¿Qué de bendición tiene vivir con esos sentimientos? ¿En qué glorifica a Dios sentirme de esa forma? Decidir por esos sentimientos puedo ser responsable de provocar división, malos ratos, descontentos, infelicidad a mis hermanos y a mí misma. Amada hermana, el Señor es tan misericordioso que nos ha perdonado y perdona todas nuestras iniquidades (Efesios 4:32), como sus hijas también a eso estamos llamadas porque el amor no guarda rencor (1 corintios 13:5) y cubre multitud de faltas (1 Pedro 4:8).
Dicho esto, pidamos al Señor que nos ayude a reconocer nuestros pecados, acudir a El arrepentidas y nos dé un corazón moldeable para recibir Su corrección con humildad. Pedirle al Señor que nos de las herramientas para gestionar y administrar nuestras emociones pues ellas no son de fiar. Desde los inicios de la humanidad, con la primera familia sobre la tierra, el primer indicio de sentirse “ofendido” fue la actitud de Caín al ver que Dios elogio la ofrenda de su hermano Abel y “desprecio” la suya, y al final todo terminó en una gran tragedia porque Caín no quiso reconocer su falta ante Dios, su orgullo le cegó y la ira se apodero de él (Génesis 4:5). Es por esto amada hermana, que el sentimiento de la ofensa es tan dañino y nos debería obligar a recurrir con desesperación ante el Señor.
El Señor permite que vivamos diversas situaciones o momentos incomodos para darnos la oportunidad de santificarnos. No podemos justificar nuestro resentimiento contra alguien porque creamos tener o no la razón. Sin embargo, El Señor nos llama a ser pacificadoras, conciliadoras, perdonadoras, amadoras de lo bueno. Como nos dice en Mateo 5:9, seremos bendecidas (bienaventuradas) si procuramos la paz y de esta manera podremos ser llamadas hijas de Dios.
Siempre estamos a tiempo de venir delante del Señor. Dice en 2da Crónicas 30:9b “El Señor su Dios es compasivo y misericordioso. Si ustedes se vuelven a Él, jamás los abandonará.” ¡Que bendita esperanza!
¡Hasta pronto, amada hermana!