
Días después del año nuevo me encontraba con unas amistades y entre una conversación y otra cada quien iba expresando todas las cosas que quería que Dios le concediera . Algunas declaraciones eran más exigentes que otras pero todas de alguna manera contenían deseos no satisfechos o necesidades no completadas. De repente alguien dijo: “¿Por qué no nos enfocamos y preocupamos más por las cosas del reino de Dios y por vivir para Su gloria?
Hubo un silencio reflexivo en la sala, silencio que ha permanecido en mi mente y corazón de forma latente en lo que va de año. ¿Cómo logramos quitar la mirada de nuestras necesidades y enfocarnos en las cosas que Dios quiere que hagamos? ¿Cómo logramos que los pequeños sucesos de la vida diaria den gloria al nombre de Dios?
En una sociedad meramente humanista y hedonista, que exalta al ser humano a lo sumo, que tiene como objetivo el placer y la satisfacción personal, resulta un poco contradictorio querer vivir para la Gloria de Dios. Y más que contradictorio resulta muy difícil lograrlo ya que estamos atrapados en un cuerpo pecaminoso que constantemente busca el elogio, el reconocimiento y la autosatisfacción.
Para vivir para la gloria de Dios primero hay que conocer a Dios. Una persona que no ha sido regenerada por el Espíritu Santo no tendrá convicción sobre la necesidad de vivir para Su gloria. Tampoco tendría la ayuda del Espíritu Santo direccionando las intenciones de su corazón en todas las cosas que haga.
Vivir para la gloria de Dios es vivir en obediencia a los mandamientos que El nos ha dado a través de Su Palabra, es cumplir la gran comisión de predicar el Evangelio a toda criatura. Cuando el Evangelio es esparcido y las almas son salvas el nombre de Dios recibe Gloria.
Vivir para la gloria de Dios es despojarse de los deseos personales y dedicarle tiempo a Su obra, a Su pueblo, independientemente de a qué nos dediquemos. Es procurar que todas las cosas de nuestra vida, desde las más cotidianas y simples hasta los grandes acontecimientos sean agradables delante de los ojos del Señor.
Entonces ya sea que comais o bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. (1 Corintios 10:31). Como humanos, es común querer impresionar a los demás y caemos en la trampa de hacer cosas con la intención de ser vistos. Quiero impresionar a mi jefe con el proyecto que me asignó, quiero que el pastor piense que soy buena cristiana, pero ¿qué tanto me preocupo por lo que Dios piensa sobre mis acciones, qué tanto me empeño en que Su nombre sea glorificado a través de mi caminar?
En nuestro trabajo, en nuestros hogares, en nuestra vecindad, cuando cocinamos un plato, cuando subimos una foto a las redes sociales, cuando nos dan una oportunidad en la iglesia, cuando conducimos un vehículo, cuando ayudamos a un necesitado, en cualquier momento y lugar tenenos la oportunidad de actuar de manera que honre a Dios y que le de el crédito a Su nombre.
Cuando vivimos para la gloria de Dios la gente puede ver a Jesucristo reflejado a través de nuestra forma de hablar, de actuar, de vestir, de responder. Somos embajadores de Cristo aqui en la tierra, tenemos el compromiso de cuidar el testimonio de Su evangelio.
Ahora, seamos francas, vivir para la gloria de Dios no es fácil, aunque nuestro espíritu está dispuesto, nuestra carne no quiere pagar el precio. Necesitamos la gracia de Dios día tras día para lograrlo, necesitamos su misericordia para mantenernos centradas y no poner cosas o persona antes que a El. Necesitamos Su ayuda para enfocarnos en buscar Su reino y Su justicia.
Si nos proponemos de manera intencional dar gloria a Dios con todo y en todo comenzamos a llenarnos de satisfacción, podremos ver cómo El mismo Dios propicia circunstancias que nos permitan reflejar Su gloria y promover Su reino.
¡Señor ayúdanos, sin ti no podemos!