
“¡Por favor y gracias muchas puertas te abrirán!”, es una estrofa de una canción infantil que viene a mi mente al pensar en la gratitud y es que desde pequeñas nos enseñan a decir “Gracias” como una norma de cortesía y la palabra se convierte en una respuesta automática que aprendemos a dar cuando nos hacen un favor, es decir, dar gracias generalmente va en respuesta a un favor que amablemente nos extiende otra persona y así pasamos la vida, diciendo “gracias” como una manera de ser cortes y educadas.
Cuando elegí escribir sobre este tema, me di cuenta que hay una diferencia entre “decir gracias”, por pura cortesía y “vivir agradecida”. También fui confrontada a examinar mi corazón y su nivel de gratitud. Un día mientras oraba, preguntaba al Señor, ¿Cómo puedo vivir agradecida cuando no tengo lo que quiero en estos momentos? ¿Cómo voy a escribir de algo que me cuesta vivir? La respuesta que obtuve no fue nada parecida a un mensaje motivacional de “valora los pequeños detalles” o “disfruta de los colores del atardecer”. La respuesta fue: La cruz, mira la cruz; vuelve a la cruz y entenderás por qué tienes que vivir agradecida diariamente.
Quizás al igual que yo te preguntarás, ¿Por qué la cruz me lleva a vivir agradecida? Porque la cruz es el favor más grande que alguien pudo haber hecho por nosotras, sin merecerlo; porque en la cruz Cristo llevó tu pecado y el mío y hemos sido perdonadas. “Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” 1 Juan 2:2 (NTV). Porque por medio del sacrificio de Cristo en la cruz, tenemos esperanza.
La palabra dice en 1ra de Tesalonicenses 5:18 “Sean agradecidos en toda circunstancia, pues ésta es la voluntad de Dios”, viéndolo de esta forma, “ser agradecidos” es una especie de mandato y a la vez es LA VOLUNTAD DE DIOS, es como Él quiere que seamos.
No les miento, muchas veces me cuesta vivir agradecida, por lo tanto, me cuesta hacer la voluntad de Dios. Parecería que los afanes de la vida, los anhelos no satisfechos y las metas no alcanzadas nublan mi perspectiva y desvían mi mirada de las cosas eternas; pero lo cierto es que el “favor” que Cristo hizo por mí es motivo suficiente para vivir agradecida cada día de mi vida y debo luchar para no olvidarlo.
En mi caminar cristiano he aprendido que las emociones y deseos del corazón no son los que deben mover mi vida, sino los principios y la ley de Dios que se encuentran en Su Palabra, ésto me lleva a concluir que “dar gracias a Dios por todo” no está condicionado a si me gusta o no aquello que Dios esté permitiendo en mi vida en este momento. Es difícil ser agradecidas en medio del dolor, cuando las cosas no salen como esperábamos, cuando la vida nos da un giro y de repente nos encontramos en medio de la incertidumbre; pero, aunque no sintamos que nuestra situación actual sea algo por lo cual debemos estar agradecidas, debemos agradecer a Dios por lo que ya él hizo al entregar a su Hijo para darnos salvación.
Ser agradecidas, además de un mandato, es lo que va a brotar de nuestro corazón cuando apreciemos la obra redentora de Cristo en la cruz, que nos libra de la condenación eterna. Para mantener una actitud de gratitud, me he propuesto pedir a Dios en oración, que me ayude con las siguientes cosas:
- Mantener los ojos puestos en la cruz de Cristo y su obra redentora.
- Luchar contra la queja y el descontento.
- Agradecer aún por lo ¨malo¨, lo que no entiendo, lo que me causa frustración.
- Ser intencional en obedecer el mandato a la gratitud, agradeciendo a Dios por al menos una pequeña cosa diariamente.
- Practicar la gratitud con los que me rodean.
- Dar las gracias a alguien que hace un servicio por mí a quien no suelo agradecer, el chófer del autobús, el que recoge la basura, el que empaca la compra en el supermercado.
Mi oración es que Dios llene nuestros corazones de gratitud hacia Él y rebosemos de sumo gozo al recordar el “favor” que nos ha hecho renacer a una esperanza viva y que la palabra “gracias” no sea una mera expresión cortés, simple y vacía, sino que sea el reflejo de un corazón que cada día se maravilla de la gracia, misericordia y fidelidad de Dios.