
Que alegría siento al poder dirigirme a ustedes chicas, con este tema que tanto me apasiona: las emociones. Me parece maravilloso mirar con atención los detalles tan especiales y específicos que nuestro Creador pensó y dispuso para nosotras. Nuestras características físicas únicas, nuestros cuerpos dadores de vida, la capacidad de razonar, el carácter que va de la mano con la personalidad idónea de cada una, y por supuesto las emociones que tienden a definir nuestros temperamentos.
Creo que las emociones son hermosas, buenas y de gran ayuda para nosotras. De hecho, la alegría no es una mera emoción, sino un fruto del Espíritu (Gálatas 5:22). Incluso Jesús sintió tristeza al ver que Lázaro había muerto, se conmovió y lloró (Juan 11:33-36). Nuestras emociones igualmente afectan nuestra salud (Proverbios 17:22). Nuestro Creador nos hizo a su imagen (Génesis 1:27) y nos dio esa capacidad porque el también siente. Colocó las emociones y sentimientos en nosotras con el propósito de que podamos vivir y sentir a plenitud cada día de nuestras vidas aún en los más mínimos detalles, de lo contrario, sin ellas seriamos seres fríos. Ellas nos ayudan a tomar decisiones, a relacionarnos con los demás y también a expresarnos. Las emociones influyen en cada aspecto de nuestras vidas de manera muy profunda.
Pero también es cierto que las emociones cambian constantemente, no porque queramos, sino porque es su naturaleza. Si le damos rienda suelta, ellas ponen todo patas arriba provocando un caos que se puede traducir en: un mar de lágrimas, comer de manera impulsiva, o dejar de comer drásticamente. Ellas definen nuestro estado anímico y son las precursoras de “esos días” que sentimos que el mundo se nos viene encima, y te agobia la preocupación por querer tener el control de todo. Son las responsables de no tener freno al hablar, de pensar que la felicidad debe ser eterna, de quitar seriedad a lo serio o de ver todo de manera trágica y pesimista. Hacen que se nos olvide que el verdadero gozo lo da Dios y que la tristeza es normal y no nos moriremos de ella, aunque en su momento pensemos lo contrario.
¿Qué son las emociones?
Los estudiosos del comportamiento, de manera simple, definen las emocionescomo el conjunto de reacciones que se tienen de manera intrínseca. Son estados afectivos breves que experimentamos. Reacciones sujetas al ambiente que vienen acompañadas de cambios fisiológicos y endocrinos de origen innato. Y, los sentimientos son el resultado de las emociones, estos son más duraderos en el tiempo y pueden ser explicados con palabras (amor, ira, gratitud, etc.).
Las emociones son excelentes indicadores de cómo está nuestra relación con Dios y como es nuestra relación con los demás. Mientras más alejadas estamos de Él, más descontroladas ellas van a estar, es decir que ellas regirán nuestras vida. “Me levante con el pie izquierdo”, “hoy no es mi día”, “no me siento bien”, “no siento el deseo de…”, “me siento desanimada”, “ya no puedo más”, “me siento agotada mentalmente”… ¿Te sientes identificada? O por ejemplo cuando decimos; “no tengo deseos de leer la biblia”, “me cuesta mucho orar”, “no siento deseos de ir a la iglesia”, “me cuesta mucho alabar a Dios”, “no siento pedir perdón o perdonar”.
Las emociones pertenecen a nuestra alma, y están en constante competencia con nuestro espíritu. Es por esto que ellas deben estar sujetas al señorío de Cristo, porque no hay forma de que nosotras mismas podamos controlarlas correctamente.
Mirando más ampliamente en nuestros días, se ha convertido en una filosofía de vida el vivir para uno mismo, la satisfacción personal, según cómo me siento, seguir lo que dicta mi corazón, vivir al máximo y sin remordimientos, sentirse bien es la prioridad. Lo que yo llamaría como un ´coctel de libertad´ a las emociones y los sentimientos.
No podemos ignorar los planes del enemigo (2 Corintios 2:11) y darnos cuenta que él también puede utilizar las emociones para volver a la humanidad esclavas de ellas. Debemos tener el discernimiento para identificar sus maquinaciones.
Debemos rendir y entregar por completo el dominio y la mayordomía de nuestras emociones al señorío y poderío de Cristo, bajo la guía de su Santo Espíritu.
Dirigiendo tus emociones a Cristo
Todas las emociones, sean positivas o negativas, sean pasajeras o permanentes, debemos sujetarlas a los pies de CRISTO. El gozo y la alegría la da el Señor, y el sufrimiento y la carga emocional, mis amadas hermanas, son oportunidades para Él demostrar Su amor, gracia y misericordia.
Cuando nos vienen esos días, donde el torbellino de emociones como la desesperanza, el desamor, la soledad, la tristeza, la falta de fe, y el desánimo vienen a nuestras vidas por cualquier circunstancia que estemos viviendo, vayamos en oración ante Cristo y entreguémosla a Él.
Dice en Filipenses 4:6 “Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios”.
Si sientes que eres un ser muy emocional o que tus emociones toman control de tu vida, que alguna vez te han llamado “sentimental o dramática”, es importante en este punto conocerse a sí mismo (Lamentaciones 3:40) y no permitir que estas etiquetas te definan y reconocer que Cristo puede usar nuestras emociones para bien cuando las rendimos a sus pies.
Recordemos estas verdades poderosas:
Estar en los caminos del Señor nos da paz (Proverbios 3:17).
Aunque estemos en momentos de dificultades, ya el Señor las venció todas (Juan 16:33).
Dios usa nuestras débiles emociones para perfeccionar su obra en nosotras (2 Corintios 12:9,10).
Cuando sentimos desmayar, Cristo es nuestra fortaleza (Filipenses 4:13).
En Cristo Jesús podemos tener pensamientos virtuosos (Filipenses 4:7-8).
Dios te bendiga!