¿Por qué hago lo que hago?

Tenía una conversación con 2 amigos durante un viaje reciente, acerca del título de este artículo y me respondieron esto:

¨Hago lo que hago, porque quiero lo que quiero y pienso lo que pienso¨. Al final todo proviene del interior, el problema es el corazón. Todo lo hacemos por interés.

WOW qué frase tan real. Solo recordé varios pasajes relacionados al corazón, entre los cuales resaltó este en particular: Jeremías 17:5-10. Para entender un poco más el contexto; Jeremías fue uno de los principales profetas del pueblo judío. Este sintió la ira de Dios y la tristeza de ver a su pueblo alejarse tras sus propios dioses y caminos. Él llevó amonestación al pueblo.

Para nosotros hoy, lo que habló Jeremías sigue siendo una verdad para creer, buscamos constantemente alejarnos de Dios, por lo que la situación que ellos vivieron fue ejemplo para nosotros hoy. No hay nada nuevo debajo del sol y Dios sigue siendo el mismo Eterno Señor, Poderoso, Santo y Justo.

5 Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre,
y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová.

Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará
en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada.
Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.
Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente
echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde;
y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.
Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?
10 Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada
uno según su camino, según el fruto de sus obras.

Al reflexionar sobre este pasaje, vemos que si Dios nos amonesta es porque somos tentados a, flaqueamos en, nos resulta difícil o imposible tal o cual cosa, nuestra naturaleza es perversa y necesitamos que El enderece nuestros caminos.

(v. 5- 6) En esta ocasión Dios a través de Jeremías revela que tendemos a confiar en los demás, en lo que nos rodean, en las circunstancias y nosotros mismos para actuar. Sufrimos la consecuencia de nuestro pecado al alejarnos de Dios y nuestra vida espiritual se seca, estamos sin esperanza para el futuro, ciegos, desdichados.

(v. 7-8) Sin embargo, quienes confían en el Señor a pesar de tener los mismos problemas y sufrimientos de todo el mundo, tienen una esperanza diferente, viva y fructífera, viven por las fuerzas del Señor y no por las suyas.

(v.9) Recalca que nuestro corazón, está enfermo, dañado y es lo más engañoso que hay, nadie puede entenderlo. El centro de nuestras emociones, afectos y pensamientos está torcido y nos engaña al tomar decisiones, anhelar cosas y en consecuencia accionar. Esta es la respuesta de por qué hacemos lo que hacemos.

(v. 10) Y es aquí donde nuevamente Él nos corrige y nos recuerda que Él es Omnipresente, Omnisciente y Justo. Nos da conforme al fruto de nuestras obras, según nuestros caminos.

Ahora que sabemos por qué hacemos lo que hacemos en nuestro estado natural, realmente es terrible pensar que, aunque vivimos, estamos muertos espiritualmente y somos incapaces de hacer lo correcto (según la ley de Dios). No podemos cumplir con la ley de Dios mientras no seamos sacados de nuestra condena y caminemos por Fe y bajo Su gracia.

Jeremías inspirado por Dios más adelante en su libro expone el llamado ¨Himno triunfal de la Salvación de Israel¨, donde estimula a sus oyentes y les hace saber el nuevo pacto de Dios con Israel, el cual es diferente al que fue dado en el Monte Sinaí:

Después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón.
Jeremías 31: 33

Al respecto Spurgeon dice:

En el Evangelio, no sólo es recompensada la ley por el sacrificio de Cristo, sino que es honrada por la obra del Espíritu de Dios en los corazones de los hombres. Mientras que bajo el antiguo pacto los mandamientos de la ley excitaban a nuestras naturalezas perversas a la rebelión, bajo el pacto de gracia aprobamos que la ley es buena, y nuestra oración es, “Enséñame a hacer tu voluntad, oh Señor”. En este momento tengo que mostrarles la forma en que Dios asegura la obediencia a Su ley de una manera muy diferente; no la promulga con truenos desde el monte Sinaí (Como en el Antiguo Testamento), ni la graba en tablas de piedra, sino que viene a los corazones de los hombres en benignidad e infinita compasión, e inscribe los mandamientos de Su ley en tablas de carne, de tal manera que son gozosamente obedecidos, y los hombres son convertidos en siervos dispuestos de Dios.

¡Qué grandiosa esperanza! Pero, recordemos que antes de que esto maravilloso ocurra debemos limpiar y ¨borrar¨ de las tablas de nuestro corazón lo que antes estaba, eso que solo nos llevaba a hacer el mal. Para purificar este corazón, que sea limpio y que el Señor escriba en él, solo queda darnos cuenta de la obra de Jesús en la cruz a favor de su pueblo, la gracia de Dios y su bondad cuando toda su ira fue descargada en Su Hijo unigénito y la vida en santidad ahora cubre a quienes solo merecían condenación y castigo (tú, yo y el resto del mundo), por lo cual se nos otorga la vida eterna que Jesús merecía.

Quisiera terminar con este texto muy atinado del Ps. Eduardo Flores de Costa Rica que me da mucho gozo acerca del corazón renovado por Dios:

Un hombre que tiene la ley de Dios escrita en su corazón, antes que nada, la conoce. Es instruido en las ordenanzas y estatutos del Señor. Es una persona iluminada, y ya no es más uno de esos que desconocen la ley y son malditos. El Espíritu de Dios le ha enseñado lo que está bien y lo que está mal: lo sabe como algo suyo, y, por tanto, no puede confundir las tinieblas con la luz, ni la luz con las tinieblas. Además, esta ley permanece en su memoria. Cuando tenía la ley escrita sobre una tabla, debía ir necesariamente a su casa para mirarla, pero ahora la lleva consigo en su corazón a todas partes, y sabe de inmediato lo que es correcto y lo que es incorrecto. Dios le ha dado un criterio mediante el cual juzga todas las cosas. Descubre que no todo lo que brilla es oro, y que todo lo que pretende ser santo, no lo es. Separa lo valioso de lo vil, y hace eso habitualmente; pues su conocimiento de la ley de Dios y su recuerdo de ella van acompañados por un discernimiento de espíritu que Dios ha obrado en él, de tal forma que discierne rápidamente aquello que es acorde con la mente de Dios y lo que no lo es.

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