Muchas luces pero aun en la oscuridad

Llegó LA NAVIDAD!

Ya llegan las fiestas, los excesos, los regalos y el árbol en la lista. Esta es la temporada de los villancicos, donde compartimos en familia, adornamos nuestra casa, luces y más luces. Se escucha una algarabía como si se ganaran la lotería. Por un lado petardos, por otro brindis y algarabía. No conocen la celebración genuina, más bien viven un engaño presente.

En una encuesta realizada en el Internet, la mayoría de los participantes respondieron que el significado de la navidad para ellos es esa conexión familiar que hay en estas fechas, para otros, tiene un carácter religioso en la que se celebra el nacimiento del niño Jesús. Sin embargo, la lección que nos enseña el glorioso nacimiento es una lección pura de Gracia (Efesios 2:4-5). Sin duda, de la Navidad podemos aprender acerca de una esperanza para nuestra eternidad, pero no debe mirarse y considerarse como un festejo solo, más bien debemos asociarla con Jerusalén; debemos juntar el pesebre con la cruz.

En el festejo solo vemos a Belén, donde nació el niño Jesús, pero mirando el pesebre, allí se encontraba el Cordero que iba a ser sacrificado (Isaias 53:7). Allí, solo allí se encontraban las manos que iban a ser destrozadas por los clavos. Allí, solo allí estaban los pies que todavía no habían caminado por esta tierra en perfección y sin pecado (1 Pedro 2:22) y que luego iban a ser clavados en la cruz. Allí y solo allí estaba ese costado que iba a ser traspasado (Juan19:34). Por otro lado, hoy vemos la oscuridad entre tantas fiestas, tanta“alegría” donde es como un túnel de luces fosforescentes que no tiene salida. 

Que oscuridad y eterna oscuridad será para los que viven en iniquidad. La  regeneración es  absolutamente  necesaria para  ser capaz de hacer lo que es bueno  y aceptable  a Dios.  Mientras, sus mejores  obras  son sólo pecados  que titilan en la oscuridad.  Aunque las intensiones  de  las mismas  sean  buenas, están  muy  manchadas en  su  actuación (Isaias 64:6). Sin  la regeneración  no  existe la  fe, y “sin fe es imposible  agradar  a Dios”  (Hebreos  11:6).

Las luces y los festejos son un reflejo del vacío que buscamos llenar y ocultar por medio de una celebración. La verdadera celebración se lleva a cabo cuando reconocemos que aquel que nació en un establo fue el mismo Jesús que murió en una cruz, que cargó en su cuerpo todas nuestras rebeliones. Es el mismo Jesús del pesebre que por medio de Su sacrificio somos restaurados a una relación de paz con Dios (Romanos 5:1), esto es porque nuestros pecados han hecho separación entre nosotros y Dios (Isaias 59:2). El mismo Jesús del pesebre que dijo: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mi.”(Juan 14:6). Ya no andemos en oscuridad porque El mismo dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). La verdadera Luz, es imposible llevarla sin un Salvador. Para muchos la Navidad no es un tiempo para reconocer al Salvador que ha nacido, porque realmente no han conocido a Aquel que nació.

Por tanto, dice la palabra que “arrepentíos y convertíos, para que nuestros pecados sean borrado” (Hechos 3:19). Arrepentíos para que vivamos con la verdadera luz y podamos reflejar al que verdaderamente ha nacido.

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