
Los psicólogos afirman que las mujeres usan un promedio de 27,000 palabras al día, mientras que los hombres usan alrededor de 10,000. Y es que desde siempre las mujeres nos hemos caracterizado por hablar mucho. Esto puede ser bueno porque somos más abiertas y expresivas, sin embargo, si no nos manejamos con cautela puede ser un arma letal en perjuicio nuestro y de los que nos rodean.
Proverbios 21: 23 dice: el que guarda su boca y su lengua guarda su alma de angustia. Y tú te preguntarás qué tan malo puede ser un miembro tan pequeño como la lengua. Aquí tenemos la respuesta:
Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida. Santiago 3:5-6
Nuestra boca y nuestra lengua tienen la capacidad de meternos en serios problemas y por ende, multiplicar nuestras angustias. Las mujeres solemos ser muy críticas, nos gusta comentar sobre los hechos y situaciones que acontecen a nuestro alrededor. Nos es difícil quedarnos calladas cuando vemos algún comportamiento fuera de lugar o que sobrepase los límites éticos, morales, sociales o espirituales.
El principal problema no es hablar en sí mismo, sino que en la mayoría de los casos que abrimos nuestra boca en situaciones como las planteadas anteriormente, no lo hacemos con la intención de edificar, sino de acusar, de resaltar nuestra piedad y dejar muy clara la falta de la otra persona. Nos convertimos en jueces con mazo en mano, listas para condenar.
Por esto Santiago dice que la lengua incendia un gran bosque, porque nuestros comentarios, las palabras que no están sazonadas con sal, pueden provocar heridas, decepciones, complejos, pleitos… y terminamos bañándonos a nosotras y a los demás.
Uno de mis mayores defectos durante la vida ha sido el deseo de tener siempre la razón. Hace 3 años aproximadamente que Dios viene trabajando en mí el tema de la sumisión y de medir mis palabras. En ocasiones, me he visto muy tentada a rebatir ideas a personas arbitrarias, incoherentes o que considero erradas, pero Dios está haciendo que mi deseo de ser prudente y sabia sea mayor que el deseo de tener la razón. Esto no significa que mi problema está resuelto en su totalidad, significa que Dios me hizo consciente del mismo y que de forma intencional estoy procurando evitarlo y así agradar a Dios.
No siempre es tan fácil, a veces tenemos que mordernos la lengua y pedirle paciencia a Dios. Y no estamos diciendo que defender un punto de vista o expresar una opinión sea malo, claro que no, pero he aprendido que lo que no aporta no hay para qué mencionarlo, guardar tu boca, guardará tu alma, guardar tu boca te evitará pecar. Con la intención de ser sinceros podemos rallar en la necedad.
“Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios; de la misma boca proceden bendición y maldición. Santiago 3:9-10a. Esto es precisamente lo que hacemos, a veces de forma consciente, otras veces sin querer. Esto no debe ser, de una misma fuente no puede salir agua dulce y salada a la vez.
Aprender a refrenar nuestra boca provocará que también aprendamos a escuchar mejor. Santiago 1:19 nos motiva a ser prontas para oír y tardas para hablar. Si escuchamos más de lo que hablamos tendremos menos ocasión de caer.
Este tema nos confronta mucho y nos hace entender la condición pecaminosa inherente en cada una de nosotras pero a la vez es una oportunidad para recordar que la gracia salvadora de Jesucristo nos limpia de todo pecado y que solo con la ayuda del Espíritu Santo podremos vencer la batalla diaria que tendremos, sin duda, contra nuestra lengua hasta la venida de nuestro Señor.
Dios ayúdanos.