
Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Mateo 7:13-14
Una de las cosas que caracterizan nuestro medio es la multiplicidad de opciones que tenemos para escoger en muchas áreas. Para nosotras, las mujeres, se hace un deleite el mundo de posibilidades que tenemos en las tiendas. Muchas de éstas son preparadas hasta por colores para facilitarnos las compras. Y eso, que ni hablar de las que puedes hacer de forma virtual. A la distancia de un click obtienes lo que necesitas o simplemente lo que quieres. Cuantas facilidades y bondades nos ofrecen nuestro mundo. Que “generoso” es el mercado. No hay por qué complicarse la vida. Todo el ofrecimiento va en pos de “hacérnosla más fácil”.
Hoy que nuestro mundo se ha vuelto cada vez más global, que no tienes que seguir una norma estricta para hacer algo o llegar a un lugar; no tienes que conformarte con una sola cosa, sino, que puedes llegar a tener más y más de lo mismo. Hoy que nuestro medio se ha hecho más comercial y nos dicen lo que nos gusta escuchar, es cuando la proclamación del mensaje del evangelio viene a ser contraproducente, porque su contenido nos muestra cuán mal estamos y lo que necesitamos hacer para mejorar. ¡Pero obvio que nadie quiere que le digan que está mal! Todas queremos que nos sigan alabando y que nos digan lo bien que estamos llevando nuestras vidas.
El llamado del Señor Jesús en esta parte de su Sermón del Monte es radical. Y siempre que el Señor quería llamar la atención sobre algo tan importante, lo hacía de esta manera. El llamado era a entrar. Pero ¿entrar a dónde? Entrar al reino de los cielos. No todos entran. De hecho, no todos van a entrar. Solo entrarán los que se esfuercen por entrar. Porque este camino, por el que nos está invitando el Señor Jesús a caminar, es muy estrecho, es difícil, cuesta, es trabajoso. Esta demanda que nos hace el Señor Jesús va en total desacuerdo con lo que a nuestra carne le gusta, no es para nada atractivo. Pero este llamado es una exigencia del Señor acerca de la vigilancia. El pastor John Piper dice que:
“Esto se debe a los numerosos peligros que amenazan nuestra alma. Uno de los imperativos más frecuentes expresados por Él (Señor) es “¡Cuidado!”, “¡Vigile!”, “¡Esté alerta!” … por la necesidad de luchar contra los peligros del dolor y el placer: el engaño del dinero, el elogio de los hombres, la atracción de la complacencia física, etc”.
Estar alerta es para que, aunque nos durmamos, como ocurre en la parábola de las 10 vírgenes, no dejemos de ocuparnos o descuidemos lo que nos toca. Es decir, sin dejar de hacer lo que Él nos ha mandado.
Estos versos no solo son una demanda, una exigencia y una alerta; sino que además se constituyen en el gran esfuerzo que debe hacer el creyente por perseverar o permanecer en este camino. Es estrecha la puerta, porque se pone difícil el camino, se pone difícil y no todos pueden perseverar.
La estrechez de esta puerta va en el sentido de las muchas pruebas y dificultades que atravesamos. Vamos acumulando decepciones, dolores y se va enfriando nuestro fervor, se va apagando nuestra llama, nos vamos haciendo insensibles a la voz del Espíritu Santo en nuestras vidas. Algo importante en esto es recordar que, aunque estemos de este lado de la puerta estrecha, debemos seguir procurando vivir de acuerdo con las demandas de aquel que nos ha llamado. Ahí entra la responsabilidad del creyente. Cuando hemos pasado esta puerta, esa misma puerta se proyecta para la eternidad.
Ahora bien, ¿cómo se supone que vivamos el Evangelio de este lado? Y la pregunta no debería ser formulada de esa manera, porque si estamos de este lado, es porque hemos empezado a vivirlo. Pero quiero referirme a cómo debe ser visible eso en mi vida, en la vida de cada creyente.
Primero, hay que recordar que lo que Palabra del Señor establece son sus mandatos, y como tales debemos de apegarnos a ellos. Procurar cumplirlos a pesar de nuestras limitaciones.
Segundo, recordar predicarnos la palabra a nosotras mismas. Vez tras vez, ir a ella y procurar aplicar esa predicación a nuestros corazones.
Tercero, hay que recordar que solas no podemos. Por más esfuerzos humanos que hagamos por tratar de cumplir las exigencias de este camino, no podemos. Debemos acudir a la tercera persona de la Trinidad, al Espíritu Santo y clamar por su oportuna ayuda. Esto me llena de esperanza.
Y cuarto, si te caes, que de seguro te va a suceder, no te descalifiques. Tu estás en el camino correcto. Aunque te caigas, tienes la oportunidad de volver a levantarte. Su gracia está disponible para ayudarte a llegar al final. El Señor lo ha prometido, Él lo hará.
Escrito por: Viannelys Román de Oller
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