
Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mateo 5:20).
Un recordatorio acerca de lo que venimos estudiando en esta parte del Sermón del Monte es bueno para entender el versículo 20 y colocarlo en su contexto. Jesús está enseñando sobre la naturaleza de Su reino y Su prédica es totalmente impactante para los oyentes pues suena muy diferente e incluso revolucionaria, a lo cual ya estaban acostumbrados escuchar. Pareciera como que todo lo que el Antiguo Testamento enseñaba, Jesús lo contradecía, pero esa no era la realidad, sino que al hablar, Él está aclarando y dando una correcta interpretación del contenido del Antiguo testamento y no estaba diciendo algo nuevo como pensaban. En los versículos siguientes nos daremos cuenta de cómo se aclaran los principios básicos de Su reino.
Repasando un poco lo que ya hemos aprendido acerca de quiénes eran estos líderes religiosos mencionados en este versículo, recordamos que los escribas en un principio eran copistas de las Escrituras quienes se dedicaban a la preservación, transcripción y exposición de la ley. Eran celosos defensores de esta. Ya para la época de Jesús se volvieron eruditos de la ley, desarrollando todo un sistema de enseñanzas extensas y complicadas con el fin de salvaguardarla, pero al hacer esto, pusieron muchas añadiduras. Formaban parte del Sanedrín, muchos eran fariseos y por su influencia y el respeto que el pueblo les tenía, muchos les llamaban Rabí.
Los Fariseos por otro lado eran un grupo dentro de los partidos que existían en la religión Judía. Conocían la ley y los profetas manteniendo una exhaustiva reglamentación de los mandamientos que esta decía. Tenían todo un sistema ceremonial y de ritos basado más en la tradición que en la Ley de Moisés. Eran los separados, no se acercaban a los gentiles para no contaminarse hasta llegar a considerar que solo ellos estaban caminando con Dios.
Ambos grupos eran influyentes, los más importantes de la sociedad, bien vistos por el pueblo, considerados como piadosos. Eran admirados e impresionaban porque supuestamente guardaban la ley a la perfección. Pero para sorpresa de los oyentes del Sermón, Jesús dice que un discípulo de Su reino debe sobrepasar las acciones que estos líderes hacen porque ante Dios su justicia no prevalecía. Esto fue totalmente difícil de asimilar porque según la historia ellos eran los perfectos que entrarían al Reino de Dios y nadie más. Vamos a describir un poco en qué consistía su justicia que Jesus desaprobó:
- Eran muy minuciosos en guardar sus tradiciones pero totalmente descuidados al tratar con los mandamientos de Dios (Mateo 15:1-3).
- Les gustaba ser vistos y reconocidos por los demás (Mateo 23:5ª).
- Confiaban en ellos mismos y despreciaban a los demás (Lucas 18:9).
- Enfatizaban en las cosas externas (Mateo 23:25-28).
- Decían pero no hacían (Mateo 23:3).
- Descuidaban las cosas más importantes (Mateo 23:23; Lucas 7:30).
- Cumplían una parte de la ley, la que ellos querían (Mateo 5:19).
Dos cosas podemos identificar de estas acciones:
- Al hacer todo esto, no estaban pensando en Dios ni en glorificarle.
“Hipócritas – les sigue diciendo el Señor –, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mateo 15:7-9).
- Mucho menos pensaban en el prójimo, pues se olvidaban de la misericordia, la compasión, la justicia, la fe. También ellos oprimían con todas sus regulaciones (Mateo 23:4)
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe.
Al Jesús decir que si sus discípulos no superan la justicia de estas personas no entraran al Reino, demuestra una vez más la incapacidad del Ser humano de alcanzar el favor de Dios por las obras que hace (Gálatas 2:16). Ellos con todo y sus ritos, religiosidad y ceremonias perfectas no podían entrar.
En los versículos anteriores vimos cómo Jesús advierte sobre la tendencia de ver la ley moral con ligereza a tal punto de no cumplirla porque estamos bajo la gracia, ignorando así la Santidad de Dios, Su carácter y la influencia que esto ejerce en nuestras acciones pues somos también santas y apartadas. Pero ahora también advierte del legalismo, una práctica peligrosa, sobre todo cuando se filtra en el pueblo del Señor ya que es querer ganar el favor de Dios por la obediencia a un conjunto de leyes y normas. El legalismo es hacer obras para ser aceptadas. Es una preocupación solo por lo externo. La superficialidad se hace real y nosotras podemos caer en esa misma trampa:
- Hacer muchas actividades propias de la vida cristiana: ayuno, oración, asistir fielmente a cada culto pero por dentro estar vacías.
- Podemos caer en el orgullo de pensar que somos justificadas por cumplir mandatos, normas, reglamentos y así vanagloriarnos.
La Justicia del cristiano.
En contraposición de lo que hacían los fariseos, nuestra justicia debe ser:
- Debemos ser santas (Hebreos 12:14) y esto se logra cuando ponemos nuestra confianza en la obra redentora de Jesús entonces somos aceptados por Dios (Gálatas 2:16). Nos gloriamos en El, no en nosotras y lo que hacemos (1ra Corintios 1:31). Damos gracias a Él por lo que hizo en ti y en mi (1 Corintios 15:10).
- No hacemos lo que hacemos buscando el aplauso de los demás, ni ser vistas por los hombres sino porque amamos a Dios y esto es lo que nos mueve y nos importa (Colosenses 3:23).
- Hay un deseo genuino de ser como Cristo, tenemos hambre y sed de justicia (Mateo 5:6). Queremos poner en práctica los mandatos de nuestro Señor, no las que queremos, ni las que nos parecen más atractivas (Juan 14:15).
- Sabemos que nuestras prácticas comienzan en el corazón, ellas fluyen al exterior por una relación real y genuina que tú y yo tengamos con Dios en lo interno. No invertimos el orden, nos preocupamos por lo externo, pero más aún por lo que hay dentro. (Salmo 26:2; Salmo 21:10).
- No negamos a Dios con nuestra manera de vivir porque practicamos lo que profesamos (Tito 1:16).
Oremos hermanas, que Dios nos ayude, porque es verdad, su estándar es alto, pero gracias damos a Jesucristo que vino a transformar nuestro corazón y renovar nuestra mente para querer hacer Su voluntad. Oramos porque sabemos que tendremos luchas y debilidades. Batallamos con el desánimo, pero también con nuestro orgullo y vanagloria pero ¡en Cristo tenemos la victoria!