
En estas últimas semanas hemos estado yendo a través de un maravilloso estudio de las Bienaventuranzas, que son el inicio del conocido Sermón del Monte expuesto por Jesús a sus discípulos y que se encuentra en los capítulos 5 al 7 del libro de Mateo. Es increíble todas las enseñanzas que podemos extraer de ellas, viéndolas no como un grupo de normas que debemos cumplir sino, como un espejo que nos permite ver en nuestro corazón si tenemos un carácter cristiano o no.
La Bienaventuranza que vamos a estudiar hoy habla precisamente del corazón y se encuentra en Mateo 5:8: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”
Para estudiar este texto, una de las preguntas que debemos hacernos, aunque parezca obvia, es: ¿Qué es el corazón?
Conforme podemos ver en la Biblia, cuando se habla del corazón, más que del músculo que está dentro de nuestro pecho que bombea la sangre en nuestro cuerpo, se trata del centro de la personalidad del ser humano, de su intelecto, de sus emociones y de su voluntad, por esa razón para Dios es muy importante.
Cuando Adán y Eva fueron tentados por la serpiente y decidieron desobedecer a Dios, esto afectó a toda la humanidad y desde entonces la tendencia del corazón del hombre es hacia la maldad. Jeremías 17:9 lo describe de la siguiente manera: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” y en Mateo 15:19 Jesús también lo afirma cuando dice: “…Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.”
Nuestro corazón es un verdadero problema y es capaz de incurrir en terribles contradicciones y en contraste el estándar de Dios es muy alto, Él es Santo y demanda de nosotras que seamos santas.
Entonces, ¿Cómo podemos recibir esta bienaventuranza? ¿Es acaso posible tener un corazón limpio?
Humanamente hablando, no. Nosotras no podemos llenar el estándar de Dios, no hay forma en que por nosotras mismas podamos tener un corazón limpio, pero ¡Gloria a Dios! Cristo lo hizo por nosotras, Él llenó el estándar de Dios. No hay corazón puro como el Suyo, por Su justicia somos declaradas justas y por Su santidad somos llamadas limpias y puras. ¡Aleluya!
Hebreos 10:14 (RVR1960): “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.”
El Señor ha tomado nuestro perverso corazón y lo ha limpiado, dándonos una nueva naturaleza, así que aunque seguimos luchando con nuestra tendencia al pecado, ahora nos duele desobedecer a Dios y lo que nos causa mayor deleite es vivir en Su voluntad.
Ezequiel 11:19-20 (RVR1960): “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios.”
La limpieza de corazón, trae consigo vivir en integridad en todos los aspectos de nuestras vidas, entereza de carácter ante Dios y los hombres, cueste lo que cueste.
Sabemos que no podemos descuidar la salvación tan grande que nos ha sido regalada (Hebreos 2:3) y es la gratitud por saber lo que Cristo hizo por nosotras que nos hace entregarnos sin reservas y desear serle agradables, sabiendo además que a Él no podemos engañarle y que ve lo más profundo de nuestro ser.
¿Cómo y cuándo veremos a Dios?
Aunque no hemos recibido la consumación de esta promesa, una vez nuestro corazón fue cambiado y nuestra ceguera espiritual quitada, pudimos empezar a experimentar a ese Dios invisible que se hace evidente por medio de todo lo creado (Romanos 1:20), se revela a nosotras a través de Su Palabra, por medio de Su Espíritu y a través de las personas que pone a nuestro alrededor para bendecirnos. Podemos verlo en todo tiempo y en todo lugar.
La Biblia muestra en diferentes textos tanto del antiguo como del nuevo testamento (1 Tim. 6:15-16, 1 Jn. 4:12, Ex. 33:20, Dt. 4:12) que Dios es demasiado santo, grande y glorioso, que no podríamos verlo sin un mediador. Cristo es ese mediador que Dios proveyó para mostrarse a sí mismo.
Juan 1:18 (LBLA): “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer.”
Colosenses 1:15 (LBLA): “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.”
1 Juan 3:2-3 (LBLA): “Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro.”
Querida hermana, tenemos garantía de que algún día veremos a nuestro Salvador cara a cara. ¡Oh, sí, veremos Su rostro! Le veremos tal como es.
Preguntas de reflexión:
- ¿Cuál es la condición de tu corazón?
- ¿Tienes garantía y evidencia en tu vida de un corazón limpio?
- ¿Es tu mayor anhelo algún día ver a tu Redentor cara a cara?
Lee Salmos 51:10 y Salmos 139:23-24 como una oración propia a Dios, confiando en que responderá.