
Hace tres meses Dios me dio el privilegio de ver a mi hija nacer, confieso que mi corazón se llena de gozo cada vez que veo su carita sonreír, mis mejillas se llenan de lágrimas al ver el milagro de la vida a través de ella. Y muchas veces he tenido que hablar con Dios y reflexionar por medio de Su palabra sobre esta nueva etapa y experiencia.
Es un poco chistoso lo que pienso pero tiene cierta validez: si Dios hubiera querido crear a cada ser humano de una manera diferente, hubiera sido como en un principio, quizás; pero Él quiso que dos células se fecunden y esa personita que se forma crezca dentro de una mujer. ¿Por qué así? Pienso que todo lo que Dios hace trae consigo enseñanzas que al final nos darán la oportunidad de conocerle más y sobre todo de Glorificar Su nombre. Apenas tengo meses siendo madre, pero aun así puedo ver a Dios a través de la maternidad. En medio de cambiar pañales, lactar y cuidar a mi bebe, aprendo del amor de Dios para conmigo como su hija.
¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré. Isaias 49:15
El versículo que he compartido está dentro de una sección en el libro de Isaias entre el capitulo 40 al 55 que trata sobre la esperanza para los cautivos desalentados del pueblo de Judá. Dios les había advertido sobre el castigo que merecían pero Él aun los ama. También habla sobre el Siervo del Señor quien vendrá y llevará a cabo Sus Propósitos.
El mensaje central del capítulo 49 es “Yo no te olvidaré” y el lenguaje usado en el mismo es utilizado para Él describirse así mismo en términos que nosotros podamos entenderle. Él nos revela verdades acerca de Su naturaleza y carácter para así poder relacionarnos con Él. En el versículo 15 Dios le hace al pueblo de Judá una comparación de su amor por ellos, como el de una madre por sus hijos. En un lenguaje más simple, él les hace la pregunta: ¿Será una madre capaz de no sentir amor por el niño que dio a luz? ¡¡Es imposible!! Pero en caso de que eso suceda, conmigo no es igual.
Él es como una madre que se preocupa por su hijo, jamás podría olvidarlo porque lo ha llevado en el seno materno y lo ha amamantado. El Dios del cielo, creador de todas las cosas, nos ama con un amor perfecto, no egoísta y eterno (Jeremías 31:3). En un artículo que leí publicado por el pastor Michelén sobre el amor de Dios, él dice:
“No es que simplemente Dios puede amar, o que Él ejerce constantemente Su amor de muchísimas maneras, sino que el amor es la esencia de Su Ser, de Su naturaleza, de tal manera que no podemos concebirlo sin amor. Como ha dicho un teólogo, el amor permea de tal manera Su carácter que éste define lo que Él real y esencialmente es. Él nunca podría abandonar Su disposición a dar y ser bueno, porque esto es integral a Su ser. El amor caracteriza tan completamente la naturaleza de Dios que ésta excluye hasta el último gramo de egoísmo de Sus pensamientos y acciones”.
Por lo tanto hermanas, nos podemos amparar en Su amor confiadamente y no seremos defraudadas o lastimadas. Con esto en mente, aquí hay algunas características del amor de una madre las cuales podemos comparar con el amor de Dios, entendiendo que las de Él son en un grado infinitamente mayor. Tú puedes agregar más a la lista.
Un amor incondicional: mi hija no tiene nada que hacer para ganarse mi amor, no hay condiciones. Así mismo es Dios quien toma la iniciativa de amarnos, Él no lo hace porque le respondamos, sino que Él lo ha decidido. Su amor no es una reacción, es acción. Su amor nos atrapó y nos conquistó. Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. (1 Juan 4:19)
Un amor que cuida, que provee: Como madre yo tengo el instinto de estar alerta al llanto de mi hija para asistirla en todas las necesidades que ella no puede expresar con palabras. Así mismo Dios se ocupa de todo lo que requiere de Su asistencia, Él está siempre pendiente a nuestras necesidades para suplirlas por lo cual no tenemos de que preocuparnos.
Un amor que se sacrifica: Hemos escuchado historias de madres que han dado todo por sus hijos, incluso dar su vida y ahora que soy madre las entiendo. Pero esto no se compara con nuestro Señor. Fue tal su amor que no escatimó tomar forma de hombre y venir y darse en sacrificio a pesar de que no lo merecíamos, a pesar de que pisoteamos su ley moral, a pesar de que despreciamos la dádiva de ese amor. Él se entregó a cambio de nuestra maldad. (Juan 3:16)
Un amor que protege: Es algo natural e inherente en una madre querer proteger a su hijo de un peligro cuando se sabe que esto le puede dañar o herir. Esto es necesario y de hecho estrecha el vínculo entre ambos y da seguridad al niño. Dios en su omnisciencia sabe de los peligros, ataques y tentaciones que a diario nos enfrentamos. Él posee la capacidad y todo el poder para proteger a sus hijos, por lo tanto nos podemos refugiar en Él (Salmos 121:3-8).
Estas características nos hacen ser totalmente dependientes de Él como un bebé de su madre. Si eres esposa dependes de Él para cumplir este rol, si eres madre dependes de Él para criar, si eres cristiana dependes de Él para vivir en santidad. Si te sientes cansada, agotada dependes de su ayuda para seguir adelante y fortalecerte. Si has pecado dependes de Su gracia y misericordia para el perdón. El aliento de vida, el aire que respiramos, el pan que nos alimenta, todo viene de Él. (Hechos 17:28)
En conclusión, la promesa dada por el Señor en Isaias 49:15 no se limita al pueblo de Judá, nosotras también podemos recibir con gozo esta palabra cualquiera que sea nuestra circunstancia, cualquiera que sea nuestra edad, cualquiera que sea nuestra posición, como hijas podemos experimentar Su amor inmensurable a través de Cristo. Oro como Pablo que cada una de nosotras podamos comprender, cuán ancho, cuán largo, cuán alto y cuán profundo es su amor aun cuando es demasiado grande para comprenderlo del todo.